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miércoles, 1 de julio de 2015

Sierra de Ixtlahuacan de los Membrillos


Esta fotografia fue tomada en las montañas de Chapala, sin duda algun esta sierra a sidi una de las que mas hemos explorado, si quieres saber como llegar a este lugar escribenos y te damos la ruta de GPS para que llegues por varios caminos y distintos senderos.

martes, 23 de junio de 2015

Talpa-Tomatlan,140 km por la sierra en bicicleta.

 Talpa-Tomatlan, los límites…
               Planear este viaje nos llevó un año; cuando regresábamos por la ruta de peregrinaje Ameca-Talpa, desde la colina que alberga la Cruz de Romero vimos a lo lejos la sierra con gran fascinación, llena de picachos y formaciones caprichosas, en la cima de las apiladas montañas. En los informes que teníamos sobre esa sierra, más lo que la gente, a nuestro paso, nos había comentado, sabíamos acerca del bosque de maple, además que no era una sierra tan escarpada como la de Mascota-Puerto Vallarta. Años atrás habíamos hecho la ruta Mascota-Puerto Vallarta, y al rememorarla la recordamos como una pesadilla entre subidas y bajadas que nos hicieron ver nuestra suerte; nuestro primer viaje largo a través de la sierra Cacoma.
              En todos los viajes, el peor enemigo es el peso de la mochila a cuestas, así que para este viaje, decidí llevar sólo lo necesario.  Salimos de Guadalajara de madrugada, a las cinco de la mañana partió de la antigua central camionera, porque antes de llegar a nuestro destino Talpa, el autobús pararía, durante las próximas 5 horas, en la mayoría de los pueblos que se encuentran en la ruta. Por la ventana del autobús fue posible observar que había llovido y anunciaba la llegada anticipada del temporal de lluvias, sin embargo fuimos atentos al camino un año atrás habíamos caminado y pedaleado por la sierra. La ruta del peregrino nos había enseñado la humildad del campo y a conocer sus reglas no escritas; fueron experiencias que jamás olvidaremos y que en más de una ocasión hemos compartido.





















 Arribamos a la Cruz de Romero, cerca de las 10:30 de la mañana; con el entusiasmo del momento, bajamos nuestras bicicletas del camión y subimos a la cúpula desde, donde un año atrás, vimos la ruta que ahora cruzaríamos apoyados por un mapa.  El clima se notaba  nublado y lluvioso, pero asumimos que sería una ventaja que nos ayudaría a evitar el agresivo sol de Mayo.
            Bajamos montados en nuestras bicis por los escalones de la cúpula de Cruz de Romero, para así tomar el sendero del peregrino: serpenteado y divertido. El primer sendero de casi once kilómetros nos llevaría, entre otros destinos, a visitar a la Virgen María de Talpa, donde le pedimos su bendición para nuestro viaje y por nuestras familias. Antes de partir recorrimos el pueblo en busca de un desayuno decente y provisiones ligeras para nuestro viaje. Nuestras pesadas mochilas rondaban los 20 kilogramos; un peso al que le sumaríamos los víveres que cuidadosamente debíamos de elegir para no exceder el volumen de carga sobre nuestros hombros


















             Cuando salimos de Talpa buscamos un camino para transitar cerca del río; cruzamos el puente rumbo al aeropuerto y continuamos sobre una carretera asfaltada para dirigirnos a nuestro primer objetivo: Aranjuez. En el mapa, este pueblo se apreciaba como muy pequeño y el último antes de entrar a la sierra, el clima no daba tregua, sólo empeoraba.  A lo lejos, en dirección al bosque de Maple, la lluvia distorsionaba el paisaje, sin embargo el sonido de un camión de carga que se acercaba atrajo mi atención, con sorpresa y mayúscula molestia quede cuando observe los troncos que yacían como mudas víctimas de la tala ilegal y indiscriminada se realiza en esa zona. Mi amigo Rocco y  yo nos adentrábamos en una zona peligrosa, ignorábamos si la lluvia o el territorio de taladores ilegales resultarían nuestros obstáculos.






















 Un poco después de iniciado nuestro trayecto descubrimos que la mayor amenaza sería la lluvia. Paramos y nos refugiamos bajo los árboles junto al rio, para entonces los  jejenes habían hecho su debut en la expedición, con los clásicos e incómodos piquetes. Sabíamos que era necesario mantenernos secos, porque frente al clima que prevalecía pasaríamos una noche muy húmeda y con riesgo a enfermarnos. Nuestro error fue no habernos preparado para la lluvia, sólo llevábamos un par de chamarras y bolsas negras de plástico con las que improvisamos impermeables y un refugio.



 Media hora después el tiempo cedió, así nos pusimos en movimiento. Situados por la brecha principal y ante nuestras perplejas miradas  transitaba un camión hasta el tope de madera, provenía de la sierra, de una zona vedada para la tala. Para un amante de la naturaleza, como yo, la escena me resulta criminal, poco romántica. Al momento no pensé en la industria maderera, ni en bellos muebles de madera, ni en el papel u otros derivados de la madera, sólo pensé en los años que requiere un árbol para alcanzar las dimensiones de aquel que yacía sobre el camión, en el oxígeno perdido y en el poco respeto a nuestra madre tierra.
La evidencia clara de esta tala se observa en un enorme hueco dentro del bosque; los taladores derriban nuestros bosques para industrializarlos; estas áreas deberían de inmediato ser reforestadas, sin embargo, desgraciadamente y ante las evidencias, sabemos que no es así. Entonces, me asaltó la siguiente pregunta ¿Por qué si ésta sierra alberga bosques de Maple, únicos en el mundo, son talados de esta manera? 





 Seguimos nuestro camino hasta Aranjuez; ahí preguntamos acerca de posibles refugios que encontraríamos a nuestro paso: la respuesta fue negativa. Los lugareños nos observaban con asombro y desconfianza ante nuestra intención de viajar Tomatlán montados en nuestras bicicletas.  Nos advirtieron que una vez cruzáramos el Paso de La Virgen comenzaríamos el descenso hasta llegar a una zona plana; esta información nos hizo suponer que sería un camino sencillo y fácil de dominar.
Pedaleamos toda la tarde, cruzamos algunos ríos por brechas empedradas. En esta ruta de ascenso se abrió a nuestros ojos el fondo del cañón donde corría apaciblemente el rio que cruzáramos varias veces. El canto de las aves, la tupida  vegetación y el paisaje me otorgaron la esperanza de que en cualquier momento nos topáramos con algún árbol de maple. Tristemente nunca sucedió; ahí, había surgido una vegetación diferente a la que conocía.
La vegetación era diferente a la que habíamos encontrado en el camino del Cuale, cuando años atrás habíamos explorado ese lugar tan fascínate y único, lleno de vida, fértil, con colores que deslumbran por todas partes gracias a su clima de lluvia, piedras y troncos llenos de musgo y otras especies de plantas que brotaban por doquier. El terreno explorado del Cuale era lleno de barrancos y fisuras profundas, que en el fondo albergaba ríos con muchas especies de aves que aún con nuestra presencia parecían imperturbables ante estos huéspedes hipnotizados, silenciosos y maravillados por los cantos de las aves y el aroma de la sierra.





 Después de algunas horas de asenso encontramos a nuestro paso un grupo de personas montadas en caballos y mulas, también los acompañaban muchos perros y sin pensarlo los abordamos preguntando sobre algún refugio en la montaña o lugar donde pasar la noche. Poco faltaba para que cayera la noche y aún no habíamos alcanzado el punto de descenso; no había ningún refugio para pasar la noche. Nos aconsejaron llegar a la cima y tomar una camino hacia la izquierda, comenzar a descender hasta poblado llamado Murguía, ahí preguntar por Alfredo y tal vez nos permitiría dormir bajo algún techo.






 Continuamos nuestro camino cuesta arriba, así llegamos al punto más elevado, anunciado por una pequeña escultura de la Virgen de Fátima, elaborada de cantera, con muchas ofrendas y reliquias religiosas, colocados por los peregrinos a su paso. Cien metros adelante una desviación a la derecha seguía el camino a la Tetilla, del otro lado vimos una antena en ruinas.



Decidimos descansar un rato en tanto disfrutábamos del nublado atardecer y de las lejanas montañas cubiertas de una leve neblina que emergía del bosque. En ese momento no estábamos seguros de hacia dónde íbamos ni donde descansaríamos; debíamos tomar la decisión entre pasar la noche en la sierra, a 1.714 metros sobre el nivel del mar, y soportar la lluvia o descender, ya entrada la noche, montados en las bicicletas en busca de un refugio seguro. Llevábamos con nosotros hamacas y sólo dos chamarras ligeras, y aunque tenemos experiencia para pernoctar en la sierra, nunca con lluvia. Pensamos que esta condición climática le daría un toque gélido a la sierra, sin embargo exploramos los alrededores de la antena abandonada sin encontrar un sitio donde colgar las hamacas, además que la zona estaba sucia y merodeaba algún animal al acecho.




 En tanto decidíamos qué hacer cayó la noche y aunque no estábamos seguros de tomar la ruta correcta, comenzamos a descender por las interminables curvas del Cerro Volantín equipados con nuestras lámparas. A lo lejos divisamos las luces y escuchamos el rumor de motores acercándose, al poco tiempo encontramos un convoy de tres camiones cargados con madera.
Nos sentimos molestos, frente a este descenso, al percatarnos de aquello que la oscuridad nos ocultaba, nos perdíamos del paisaje al hacer ese camino de noche. Mi amigo y compañero de aventuras, Rocco, reclamaba la decisión de bajar en medio de la penumbra, sin embargo yo estaba contento porque sabía que alguien nos albergaría. Al llegar a un crucero del camino dejamos a la suerte continuar hacia la derecha o a la izquierda. El destino nos permitió acertar, después de una hora, aproximadamente, bajando la colina en bicicleta divisamos, entre las ramas que los árboles,   unas luces intermitentes, pertenecía a un grupo de elementos del Ejercito. Nos indicaron detener nuestra marcha y en breve entrevista nos preguntaron hacia dónde nos dirigíamos. 
Informamos a la autoridad que nuestro plan de viaje era llegar, montados en nuestras bicicletas a Tomatlán. El oficial preguntó si conocíamos lo difícil de nuestro trayecto y respondimos,  con cierta inocencia, que sí teníamos conocimiento de lo difícil del mismo. También conversamos sobre los camiones cargados de madera vistos en nuestro camino. La información que nos proporcionaron fue que la tala es legal en esta zona aún cuando  se pone en riesgo el micro clima del bosque mesófilo de montaña y de maple (arce) en Jalisco. Este tipo de bosque es raro y único en el mundo en esta latitud, debido a que estos sólo se encuentran en latitudes del oriente de Canadá (38°-45° latitud norte) y en climas rigurosamente fríos. Sin embargo, la naturaleza, caprichosamente, había escogido un rincón de Jalisco para albergar uno de estos bosques.  Resulta incomprensible amenazar a la naturaleza a través de la deforestación de un paraíso único de la tierra.
 Después de continuar nuestro descenso encontramos un pequeño poblado, Murguía, a 831 metros sobre el nivel del mar. Rocco preguntó por Alfredo en la única casa donde se veía una luz encendida. Nos presentamos e informamos que alguien más atrás nos había recomendado con un tal Alfredo, quien nos podría ayudar a pasar la noche en un lugar seguro. De la casa de enfrente salió un hombre joven que nos indicó un sitio donde podríamos colocar nuestras hamacas. Finalmente teníamos un refugio donde descansar y dormir. Pronto nos acomodamos en las hamacas, sin embargo ya entrada la noche comenzamos a percibir esa sensación de frio combinado con el adormecimiento de los músculos.  Me levante con algunos calambres y al consultar el reloj vi que faltaba tiempo antes de que amaneciera. Salí a caminar un poco por la pequeña colina con el fin de mover mis músculos, regrese a dormir confiado de poder hacerlo pero el frío helado lo impedía. Ya no me fue posible conciliar el sueño



 -Muy temprano una mujer nos invitaría una taza de café  y un desayuno delicioso que consistió en una rebanada de queso suavecito, tamal de elote, frijoles acompañados  con una tortilla gigante del maíz que recién había molido don Felipe, un hombre que también era huésped en la casa que nos había dado albergue. Terminamos por conocer a Rene, el mismo hombre que la noche anterior creíamos era Alfredo, y que sin conocernos nos habían brindado el techo de su casa y un desayuno de reyes.
Nos platicaron que un día antes René se había accidentado; se había atravesado de lado a lado la mano, con un pedazo de madera, al desmontar el monte. Felipe, por su parte, había cruzado la sierra para ayudarle a preparar su tierra para la siembra de esa temporada de lluvias.





 Avanzada la mañana arribaron otros hombres que más tarde irían al monte, con Felipe, a terminar el trabajo pendiente. Nos indicaron el camino a seguir para nuestro viaje, sin embargo deseábamos  primero desandar el camino andado la noche anterior. Algunos vehículos se dirigían en dirección a la cima donde encontramos a la imagen sagrada y consideramos la idea de pedir montar en la caja de sus camionetas y así disfrutar el paisaje que nos habíamos perdido de noche anterior. Esta idea se frustró porque tuvimos, primero, que arreglar la cadena de la bicicleta de Rocco que la noche había tronado cuando descendíamos. Tan pronto la arregló la suerte nos acompaño ya que pasó una camioneta a quien le pedimos nos llevara hacia la cima.












Viajamos a bordo de la camioneta aproximadamente una hora, deleitándonos de aquello que nos habíamos perdido una noche antes. El paisaje accidentado en la sierra, por donde habíamos bajado, era parte de un cajón de peñas que llevaba agua y alimentaba al rio Tomatlan, de aquí el nombre de la presa hacia donde dirigíamos nuestros pasos. A la distancia, engañosamente, el terreno parecía semi plano.  La realidad sería la gran sorpresa de nuestro viaje.






 Nuevamente  llegamos a la ermita de la Virgen de Fátima, ahí descendimos de la camioneta, intercambiamos algunas bromas con las personas que nos acompañaron y preparamos nuestras bicis para el descenso. Debíamos actuar rápido; los jejenes en menos de cinco minutos ya se habían servido con mi sangre y comenzaba la comezón en mi piel. Aún así, tomamos algunas fotografías del imponente espectáculo de la naturaleza y comenzamos el descenso nuevamente por el paisaje del cajón y la tetilla.
















































 En Murguía nos aguardaba un exquisito desayuno elaborado con carne de iguana o serpiente, muy blanda y sabrosa, en salsa verde. Tal era nuestro apetito que ninguno de los dos preguntamos lo que comimos; así que nunca supimos el origen de ese rico platillo.

 Estuvimos listos para continuar nuestra aventura muy cerca del medio día, mientras preparamos nuestras cosas por la radio de frecuencia se escuchaba la lectura de cartas que los hijos ausentes enviaban a sus madres, con motivo del festejo de 10 de mayo; esta forma de comunicación es común en la sierra y sobre todo en las comunidades aisladas. Este fue un momento único que nos colocó en una situación sentimental: escuchamos la lectura de los poemas dedicados a las madres.



 Terminamos de empacar nuestras cosas y agradecimos la hospitalidad, nos llevamos el  sentimiento de haber recibido más atenciones de las que nos merecíamos; sólo eramos un par de extraños que llegaron a pedir posada y ahora debíamos continuar nuestro camino.
Montados sobre las bicicletas avanzamos bajo el intenso sol de mayo. Al tiempo el calor y la deshidratación se hicieron presentes. Dos horas en el camino fueron suficientes para que comenzara a notar que un musculo de mi brazo comenzaba a brincar de forma extraña, temblaba sin que pudiese controlar ese trepidar.  Así recordé que estos síntomas pudieran ser de deshidratación, sin embargo no podíamos detener la marcha, debía de continuar mi camino.
El camino se tornó tedioso e incomodo, al que se agregó el calor húmedo de la costa. La vegetación abundante cambio repentinamente. Nos encontramos en una zona semi plana donde no era posible saber qué tipo de vegetación había crecido en ese lugar, prevalecían los rastros de la deforestación y el abandono de madera que compañías taladoras, de forma irresponsable, consideraban como desperdicio. Un pensamiento cruzó por mi mente: es triste saber cómo algunas zonas de Jalisco son utilizadas como el patio trasero del estado, la naturaleza es el botín de la irresponsabilidad, presa de la codicia e ignorancia; el daño a este lugar es irreversible y van por la sierra de Talpa.



 De vuelta al camino, este se torno difícil con muchas subidas y bajadas. Era difícil encontrar una bajada prolongada sin encontrar después una subida igual. Mi brazo empeoraba y temblaba cada vez más; procuraba beber mucha agua. Ocasionalmente parabamos en algunos pueblos para reabastecernos de agua y, aunque anhelábamos beber agua fría, debimos conformarnos  con beberla al tiempo, no había refrigerador.





















 El calor fue cada vez menos soportable, en mñas de una ocasión  caímos en la tentación de un chapuzón en las charcas que alimentan el rio Tomatlan, aunque siempre pagamos las consecuencias: después del baño refrescante éramos miel para los jejenes, o para alguna colonia de güinas y terminar el viaje con una comezón insoportable.
Llegamos a un poblado a un lado del rio Tomatlán. Estábamos exhaustos y aunque bebíamos agua, la deshidratación de nuestros cuerpos poco permitían que se recuperarán los líquidos perdidos. Rocco preguntó, en una vivienda, por agua; le respondieron que sólo tenían una Coca Cola de dos litros helada. Parecía un milagro, la bebida fue líquido del cielo, además que nos permitió el descanso que era urgente.





 Después de este merecido descanso y creyéndonos  rehidratados, avanzamos por el sube y baja del camino, cruzamos el rio Tomatlán. Cruzarlo nos permitió entender la dimensión del poder de este rio y entender por qué estas comunidades quedaban aisladas de Junio a Noviembre; era evidente que este cause era la sangre de esta sierra torturada y flagelada día a día por la tala. El río alimenta la presa más grande de Jalisco, por lo que salvar esta sierra debiera ser prioridad en Jalisco.







 Recuerdo sentirme agotado cuando, ante una pequeña pendiente de descenso, intenté subir a la bicicleta y mi pierna se acalambró, Un dolor único que me hacía sentir cómo mis músculos se ponían como piedra, era obvio que la deshidratación había llegado. No había mucho que hacer, sino enfrentar el dolor de cabeza que vendría muy pronto.
En este punto, cuando habíamos recorrido 80 km, el dolor y los calambres en los músculos de la pelvis no me permitían subir a la bicicleta; mucho era el temor a sufrir un estiramiento que pusiera de nuevo a mi pierna como piedra. 







 Recuerdo que transitamos por una zona plana y ver una camioneta que había esparcido algunos conos señaléticos para delimitar un campo donde entrenaban futbol un grupo de niños. Ahí este deporte adquiría sentido, era ahí donde el futbol llanero, puro, tenía su esencia, ahí me sentí identificado con el que fue mi primer deporte.


 Cuando dejamos el poblado de Encinos, ya desmoralizado y con agudos dolores en mis extremidades, mientras cruzábamos un camino, una camioneta nos dio alcance y sin esperarlo detuvo su marcha y el conductor nos pregunto: ¿A dónde van muchachos? Le comentamos rápidamente de nuestro plan, ante el cual rió y dijo: ¡no muchachos! ustedes no llegan el día de hoy, falta lo más difícil del terreno; faltan dos cerritos y no creo que lleguen, el día de hoy, a Cajón de Peñas, el camino es engañoso y ondulado. Nos miramos en silencio. Él prosiguió: ¿si alguien les diera un aventón, lo aceptarían? Ante tan inesperada propuesta no dudamos en aceptar la oferta. Mi condición física pronto comenzaría a deteriorarse y mi cuerpo daba señales, muy claras, de deshidratación. Subimos las bicicletas en la camioneta y Juan Carlos, el conductor, arrancó mientras entonaba las mismas canciones que escuchaba, a todo volumen, en su estéreo. Era música Wirrárika compuesta de cantos y violines, muy agradable al oído. .


 Cinco minutos después de subir a la camioneta los calambres volvieron y, aunque sentado en la caja de la camioneta, el movimiento y las cercanía de las bicicletas, que limitaban el espacio, no hicieron de mí viaje el más placentero; ocasionalmente me ponía de pie para desentumir mis músculos, con el pretexto de grabar en video el paisaje por el hubiéramos cruzado rodando las bicicletas. El camino era una ruta llena de pequeñas lomas y de dos montañas que seguramente en la condición que tenía hubiesen acabado conmigo. Una de estas montañas era una piedra gigante, de una sola pieza, que me llamó mucho mi atención, la que seguro regresare a explorar más adelante. Esta tierra, además de ser rica en agua, es un paraíso para la cría de ganado, por su gran calidad y abundancia facilita la alimentación en la zona.




 Dos horas de viaje, que torturaron mi cuerpo deshidratado, me dejaron pensar que,  ,sin  duda, este trayecto nos hubiese significado un día mas de viaje por esta sierra que me había doblado. Cuando llegamos a la cortina de la presa, quedamos desalumbrados ante la belleza del paisaje, al fondo se asomaban las montañas que habíamos recorrido.
Eran como las ocho de la noche cuando llegamos al pueblo de Presa la Vega, nos apeamos de la camioneta y agradecimos a Juan Carlos por habernos traído hasta este sitio y ahorrarnos  así un día de camino. Nos dirigimos a la cortina de la presa a tomar algunas fotos y observar el atardecer.















 En el pueblo nos hospedamos en el Hotel Rincón de la Ceiba.  El pueblo es pequeño, así que cuando preguntamos por un hotel y nos señalaron el lugar creímos que nos enviaban al sitio equivocado. Caminamos por un callejón, al final encontramos una puerta de madera, tras ella se encontraba un verdadero paraíso escondido. Esta era mi segunda vez en Cajón de Peñas y no recordaba que hubiera existido este paraíso; cabañas perfectas a la orilla de presa, el lugar perfecto para descansar. Preguntamos por la tarifa: 500 pesos en ocupación doble, con acceso a todas las instalaciones y artículos para deportes, como kayak.










 Nos acomodamos en el hotel, tomamos algunas fotos y dormimos como piedras
Al día siguiente consumimos el desayuno acompañado de un café exquisito. Con el cuerpo todavía entumido de cansancio, nos acomodamos debajo de la Ceiba para disfrutar de su sombra, beber cerveza y admirar el paisaje. Mi amigo Rocco decidió aventurarse en el kayak; durante tres horas exploró algunas islas que son refugios de las aves de la región.

































































 Más tarde fuimos a comer el platillo popular de esta región: los chacales, acompañados con Salsa Chilipete, popular entre los habitantes de esta zona. Un guiso que por primera vez he consumido y que resultó ser una delicia al paladar



  Dejamos Cajón de Peñas alrededor de las tres y media de la tarde, con dirección a lo que sería nuestra última parte del recorrido en bicicleta, donde contactaríamos a Joel, un viejo amigo que conocí en la Universidad; él es de Tomatlán y ya estaba informado de esta aventura.
 Al final de la cortina de la presa había un camino, paralelo al rio Tomatlan, que  pasaba por algunas rancherías, donde la principal actividad es la ganadería, en el trayecto observábamos como los niños, de apenas ocho años de edad, eran entrenados para dominar las habilidades básicas del campo; atrapar ganado con cuerda sería una tarea que, posiblemente, los acompañaría toda su vida, su cotidianidad así lo exigía.



Casi cuatro horas de calurosa caminata entre ranchos adornados por ceibas y parotas gigantes, algunas veces cobijados con su sombra, nos permitieron tener el gusto de observar los árboles oriundos aún en pie.










 Cuando llegamos a Tomatlan un poco exhaustos, nos dirigimos al centro universitario de la Universidad de Guadalajara ahí nos comunicamos con Joel, quien nos dio indicaciones de acercarnos a la explanada donde se desarrollaban las fiestas del pueblo. Nos esperaría en el jaripeo. Cuando llegamos a la puerta de la plaza,  todas las personas nos veían extrañados porque llevábamos bicicletas y cargados con mochilas, que más bien parecían bultos sobre nuestras espaldas.
Salió Joel a nuestro encuentro  y pronto nos consiguió donde guardar las bicicletas. Nos dio unas cortesías para ingresar  al ruedo por el área de ingreso de los jinetes que montarían los toros de rodeo; platicamos con algunos de ellos y Rocco logró convencer a uno de los jinetes de grabar el jaripeo. Los jinetes después de varios intentos fallidos, por miedo a romper la cámara, declinaron la idea; realmente se veían nerviosos y con justa razón, pocos meses antes un compañero de ellos había fallecido en un jaripeo en La Peñita de Jaltemba de Nayarit.

 Después del jaripeo comenzó el baile, y disfrutamos del espectáculo de Chuy Lizarraga, cantante de banda famoso en México; salimos después de un rato al núcleo de la feria donde encontramos todo tipo  de comida y juegos que atraían a todo aquel que quisiera divertirse; también visitamos una exposición de ganado donde encontramos una curiosidad: una vaca con seis patas.




 Nos dirigimos al palenque después de cenar, hacía tiempo que no entraba a estos lugares, las condiciones del juego era la misma: la palabra y honor lo más importante. Las apuestas por los gallos y las peleas eran el alimento de esta carpa; sombreros y miradas misteriosas rondaban por todos lados. Un ambiente distinto al que acostumbraba